sábado, 29 de agosto de 2009

Entonces

Entonces no apostemos


Si el camino se extiende en un rumor

de letras que formaron

con la sonrisa intacta

al menos unas horas

como un velo de pájaros

la voz de dos palabras


Entonces no apostemos


Si un minuto y medio

se transformó en presagio

como infusión de hierbas

de manos que eran lámparas

para buscar futuros


No apuestes, entonces

ni a favor

ni en contra


Publicado en febrero de 2009 por la revista Forum

martes, 18 de agosto de 2009

Intervalo: La raíz del aire


La idea de un universo conformado por la unión de cuatro elementos es antiquísima. Para los antiguos filósofos Tales de Mileto, Heráclito, Anaxímenes y Jenófanes, la totalidad de lo creado surgió a partir de alguna de estas raíces: agua, fuego, aire y tierra. Empédocles, en su afán por explicar el movimiento del mundo (la generación y la corrupción, la permanencia y el cambio), llegó más lejos al postular la idea de que estos elementos se encuentran sometidos a dos fuerzas poderosas: el amor y el odio que, después de muchos años de oponerse para unir y separar todas las cosas, han logrado por fin un equilibrio lo suficientemente estable para no vivir en el caos.
En la actualidad, ahora que la ciencia se ha vuelto más compleja, la cuadruplicidad elementaría sigue vigente. Los científicos han desechado a los elementos para llamarles ampulosamente estados de la materia: sólido, líquido, gaseoso y plasmático.
La poesía tampoco es ajena a estos pensamientos. El epistemólogo y psicoanalista francés Gastón Bachelard dedicó gran parte de sus esfuerzos a estudiar la relación entre materia e imaginación en un ciclo de libros que inició en 1938 con Psicoanálisis del fuego, y que completó años después con El agua y los sueños: ensayo sobre la imaginación de la materia, El aire y los sueños: ensayo sobre la imaginación del movimiento, La tierra y los ensueños de la voluntad y La tierra y los ensueños del reposo.
Para Bachelard, los objetos son “contaminados” por el sujeto que los imagina. El verdadero poeta no sólo piensa la materia, sino que la vive y la sueña para lograr un proceso inverso, de materialización de lo imaginario, en el que le es revelado un conocimiento del ser en general y sus cualidades trascendentales, que la realidad ha dejado de otorgar por sí misma. Un saber que es felicidad.
“La alegría terrestre –nos dice el filósofo- es riqueza y gravedad, la alegría acuática es blandura y reposo, la alegría ígnea es amor y deseo, la alegría aérea es libertad”.
Roberto Gutiérrez Currás (1974) es un poeta que se ejercita en el planeo. Un escritor que se mueve con suavidad en el viento.
En Intervalo, poemario publicado por la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, el poeta abraza a menudo el entusiasmo de elevación. Como “una espada de aire frío” se opone a la dimensión terrena de lo inmóvil para darse en la imagen del vuelo, en una poética de las alas.
Resalta en el libro la abundancia de aves como referentes ascendentes en el horizonte. A los pájaros les sobra cielo, se van, están en fuga, caen en tropel…se vuelven Sol. Como en el antiguo Egipto, los seres alados son símbolo de la imaginación, de la búsqueda humana por lo espiritual que nos libera.
“Abro mis brazos/como un delta hecho de lluvia y viento”, “con las alas que esperas/al cielo de una sonrisa a tu servicio”, “dejo entonces al viento/el fuego de las naves”…son algunos ejemplos de la certeza de “que –para Gutiérrez Currás- todo es una brisa”.
Incluso en los momentos en los que se muestra la caída, la sensación de vacío no se asemeja a la angustia. En los poemas de Intervalo hay llanto por aquello que se pierde, sí, pero como una suerte de vapor que se resbala, y nunca como grito desgarrado. La nostalgia llega como “hojas que caen del suelo”. Los objetos descienden y, aunque se destruyan, lo hacen sin estruendo, como si el quebranto se diera más en el espacio interno del poeta:

Y mis cosas caen al suelo
y se rompen y se sienten
íntimo recuerdo,
pálido silencio.

No hay vendavales, no nos golpean el huracán y la tormenta. Desaparece el drama para dar lugar a la comunicación entre el cielo, la nube, y el viento que colma al primero y acaricia a la otra; el aire en el que “la lluvia echó a correr con ella/dibujando escaleras sin barandas”.
Gutiérrez Currás se moviliza en un discurso cuyo aliento poético parece no tener ni principio ni fin, afuera ni adentro. El aire es la fuerza del lenguaje, el decir mismo, el eje desde el que se funda. El poeta planea sobre el lenguaje para, sin aspavientos, invitarnos a ir y devenir en un hálito libre:

Fuera de esto, adentro,
con todos sus demonios a ninguna parte
dejo treinta fronteras en fuga.

Imágenes en movimiento, evaporadas. Palabras que escapan de la permanencia para crecer en imaginación. Roberto Gutiérrez Currás, amigo mío, encuentra en el aire la raíz y el temperamento que lo constituye y hace de Intervalo, su opera prima, un libro del que puede decir orgulloso, como en el verso que cierra el libro: “aprendí a respirar”.

Roberto Gutiérrez Currás, Intervalo, Editora de gobierno del Estado de Veracruz, México, 2008, 66 pp.

Texto publicado por el periódico Performance el 4 de agosto de 2009.

De "Hole City"

-1

El cielo linda con nubes negras.

Descansa un mal sueño en el concreto

de la noche.

El viento existe sólo como recuerdo,

como el suspiro de las paredes muertas.

La urbe es más honda que ella misma.

Nos engulle con los brazos hacia abajo.

Al único sitio

donde no hemos buscado.