Amaba a dos mujeres por su voz,
por sentirse llamado a ser palabra.
Sacrificaba el tiempo en sus altares
y cada noche el árido desierto
se deslizaba inmenso en una de ellas
para formar de pronto una atalaya,
abrir la altura y señalarla erguida y dueña
frente a la enorme magnitud de las congojas,
de las que hablaba el corazón mas no los labios,
de quien le sirve lo piensa y lo mira
desde mucho tiempo antes de que llegara el tiempo
de otorgarle su verdadero nombre.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
me gustó
ResponderEliminarGracias, Mary. :D
ResponderEliminar